Después del siempre desagradable trance de volar (no me gusta volar) llego al Bilbao. Gris, húmedo y frío. No podía ser de otra forma.
Un bus y en quince minutos ya estás en el Guggenheim. Es pronto, llueve y tu cuerpo te pide café. Aquí no, aquí tampoco, este no me gusta… venga, este sí. Y sin darte cuenta estás en el epicentro matutino de la calle Iparraguirre Kalea.
Y la catalana fina y vegetariana aterriza y se pide un café con leche desnatada y un mini de queso. Y la miran raro, raro… Y como la catalana fina y vegetariana también es lista, hace un giro inmediato, adopta una actitud mimetizante y empieza el día con un pincho de tortilla y un café de verdad.
Y en aquel sitio de suelo amarmolado de cuadros blancos y negros, mesas de madera, y ruido de tazas y cubiertos, se echa unas risas para adentro viendo el ir y venir de bilbaínos de voz fuerte y cafés rápidos. Es lo bueno de tener vacaciones en un tiempo de diario, que te regodeas viendo tu timing de keep calm cuando el resto de la humanidad va a toda velocidad. Un agur por aquí, un bonita por allá (al final la catalana fina y vegetariana calló hasta simpática), empieza la misión del día, visitar el Guggenheim.
Soy de las primeras. De hecho, todavía está cerrado. Mejor, unos minutos regalados para ir haciéndome a la idea. El gris es el color local. Me encanta. Mi becaria, que es un cielo, frunce el ceño cuando habla de Paris porque dice que es gris. Otra generación? Creo que no, sólo que a unos pocos nos gusta el gris, a otros, no.
Y entro.
Es como una catedral. Inmenso. Silencioso. Impresionante. Místico? No hay un solo ángulo recto, todas las paredes con sinuosas, femeninas, hasta sexis diría yo. Inclinas la cabeza, miras hacia arriba, y ves los tres pisos vertebrados por arterias de escaleras, ascensores, pasarelas… Nunca me han gustado las alturas ni los deportes de riesgo. Y créanme señores, para mí es todo un riesgo coger un ascensor de cristal y subir tres plantas antes de que me dé tiempo a inhalar tres veces. Y una vez ahí, caminas a través de pasarelas, y lo que ves a través de las paredes de cristal es el abismo, porque para para una loca de la colina como yo, las vistas desde el tercer piso del G son el abismo. Y me marea y me fascina a partes iguales. Decía Pasolí “Escandalizar, es un derecho. Dejarse escandalizar, un placer” Yo ayer me dejé escandalizar por el G.
Miro al foso, busco la archiconocida araña de Bourgeois. No la veo. Dónde está? Giro la cabeza, y entre vigas, cristal y pasarelas, la veo. A trozos. Fragmentada. Así es como me siento, fragmentada.
Y te paseas por la tercera planta. Y bajas a la segunda. Aterrizas de nuevo en la primera. Y no queda más que una sala. No contabas con ella pero ya que estás... Llevas tres horas largas, no viene de un poco más. Film & Video, el trabajo de videoarte de Kmsooja “Las rutas del hijo”Reza el catálogo: ”(…)seis capítulos; cada uno de ellos filmado en una región del mundo y conforma un mosaico que presenta elementos performativos comunes a las distintas culturas textiles (…)exploran las conexiones existentes entre la actividad textil, la arquitectura, la naturaleza, la agricultura y las relaciones de género de cada una de estas áreas. (…) documental carente de narrativa para sumergirnos en el ámbito de la poesía y la atropología visual”
Me ha fli-pa-do. Absorta, un trabajo hipnótico. Sin narrativa, sin bso, sólo el rumor del trabajo de los artesanos mientras tejen, los ángulos invertidos, un pie, otra mano, ese telar visto desde abajo…
No puedo dejar de hablar de la instalación “La materia del tiempo” de Richar Serra. Y siempre ese tema que me fascina, el tiempo... pero no hablo del tiempo cronológico, no, me refiero a ese otro tiempo, el psicológico, el tiempo que vivimos a través de la emoción, la percepción, el sentir… el tiempo que se mide por la experiencia vivida.
Te pierdes en un laberinto de paredes de acero y óxido. Caminas por dentro literalmente, estas es sus entrañas. Mi favorita, elipse. Me sentí como la primera vez que me subí a una velero, en ese instante efímero de “uoooo que pasada” para convertirse en segundos en “uoooo que mareo” Así me sentí.
Aquí terminó mi visita en el Guggenheim...
En fin, una comida en una cafetería inglesa, una kish de verduras, un pastel de chocolate y naranja. Una vuelta por el casco antigua. El tranvía. Y para casa…
PD. He vuelto a picar en la tienda del museo. Un libro sobre Matisse, que yo me digo “tengo que pillarme un avión para comprarme un libro sobre Matisse?”
PD2. Bilbo es muy bonita.
PD3. Me ha vuelto a salir una entrada muuuu larga... excusarme...
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