Poner el contador a cero, hacer una lista de propósitos, revisar los últimos meses y marcar nuevos objetivos... Más o menos ese es mi protocolo de actuación cada final de año. Los retos surgen a diario, aciertos y desaciertos a partes iguales. La inestabilidad fue y sigue siendo una constante en mi vida. Y aun así cierro el año (como la contabilidad, aunque ese capítulo lo dejaremos para otro día).
Cierro año para revisar como me fue, que hice bien y que debo mejorar. Cierro año para comprobar si este año he conseguido ser la mejor versión de mi misma. Cierro año para recordarme que todo se puede hacer de otra manera, mejor.
Alguien me dijo hace pocos días "me da miedo perder la ilusión". A mí me da miedo perder la capacidad de mejorar como hija, como hermana, como mujer. Mejorar como persona.
Mi mejor amigo insiste en que la obra nunca puede ser mejor que el artista, que una persona mediocre jamás podrá hacer una gran obra de arte. Yo sé, vais a discrepar, pasa que no se refiere a una cuestión ética sino intelectual. Llevémoslo sin embargo a una cuestión ética: hasta la fecha defendí que cualquiera, lejos de su condición como persona, puede tener un talento superior, sin embargo últimamente dudo al respecto.
Ya no estoy tan segura que sea posible desasociar la inteligencia intelectual de la emocional, si es que son dos inteligencias distintas. Me ha dado por pensar que la capacidad de controlar las emociones y desarrollar la empatía pasan necesariamente por una clara capacidad para analizar las situaciones, a lo que no es posible llegar sin un espíritu crítico y cultivado.
Así que llego a la siguiente conclusión, tal vez errónea: si quiero ser mejor persona (más bondadosa, más empática, más comprensiva, más equilibrada) necesariamente he de trabajar mi capacidad intelectual. ¿Será así?
Hace unos días leía una entrevista de mi amigo Victor Küppers (él no lo sabe pero somos amigos), el titular rezaba "La inteligencia está sobrevalorada, ser amable tiene mucho más mérito”, sin embargo en un momento matizaba "Hay un culto excesivo a la inteligencia. A ver, es importante, un tonto motivado es un peligro". Lo confieso, me encanta la frase y además es totalmente cierta.
José Antonio Marina (catedrático, filósofo, investigador y escritor) define inteligencia como "la capacidad humana de dirigir su conducta para resolver problemas, en grado supremo se llama bondad".
Howard Gardner defiende que "una mala persona no llega nunca a ser un gran profesional" relacionando también inteligencia con bondad.
La memoria es base en el aprendizaje, sin la capacidad de relacionar conceptos no existe la creatividad, sin entrenamiento no existe la excelencia. Lo que está sobrevalorado, me parece a mí, es el talento innato. Lo que hace falta reivindicar es la educación y el aprendizaje. Sólo trabajando la inteligencia podremos discernir sobre distintos valores y patrones de comportamiento para llegar, ahora sí, a la mejor versión de uno mismo.
Y si, seguramente no hay mayor demostración de inteligencia que la bondad...
Termino con unas frases que de José Antonio Marina "amo la poesía porque nos descubre los pequeños tesoros que están en las cosas y nos pasan inadvertidos y nos hace ver lo cotidiano de un modo más brillante, más emocionante, más divertido”.
Feliz 2019 para todos, nos lo merecemos...
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